domingo, 29 de julio de 2018

Aliviar el sufrimiento o... ¡cambiar!


Una de las primeras observaciones que recibí al comenzar mi camino en el estudio de las llamadas enfermedades mentales, la psicopatología, los trastornos graves, fue sobre la manera de nombrar a los pacientes que las padecen: "no se le dice esquizofrénico, se le dice persona con esquizofrenia, del mismo modo que a las personas con diabetes no hay que llamarlas diabéticas". Cuando pregunté por la diferencia entre llamarles de una u otra forma, me explicaron que hay que concebir a la enfermedad como algo que forma parte de uno, pero que no es uno mismo, que no es la totalidad del ser, que no define la entera existencia de la persona que la padece. No se puede decir que Miguel es lo mismo que esquizofrenia: Miguel es la persona, la esquizofrenia es la enfermedad. 
Al establecer mis primeros contactos con las psicosis, quise indagar cómo los pacientes nombraban su padecer. Algunos reproducían las explicaciones que psiquiatras y psicólogos conductuales les habían dicho: es una enfermedad incurable que se mantiene a raya si me tomo el medicamento; mi enfermedad consiste en que veo cosas que no existen y digo cosas que no son ciertas; es un error de mi cerebro, mi cerebro es como una computadora que se descompuso y falla.
Esta soy yo en el techo del hospital psiquiátrico en el que trabajé. Disfruté enormemente la experiencia con estos pacientes.

Los llamados pacientes crónicos, con más de 5 años con el padecimiento y con muchas recaídas a lo largo de sus múltiples tratamientos, son los que brindan estas explicaciones, con la mirada vacía y hablando como autómatas, diciendo algo que han aprendido a decir, pero que no cuenta nada de su concepción o comprensión personal, en sus términos, sobre su propio padecer. Sí, este era el paciente X con una esquizofrenia tremenda, pero el centro de la intervención para él ha sido controlar a esa entidad fastidiosa e incomprensible, extirparle o exorcisarle las alucinaciones táctiles, sin apelar al conocimiento que él mismo tiene sobre lo que lo enferma.
¿Es que uno puede saber por qué le pasa lo que le pasa? Desde luego que sí.
Otros pacientes en el núcleo de un brote psicótico, es decir, con alucinaciones auditivas o visuales, con ideas delirantes, con una grave desorientación sobre el tiempo o el espacio en que se encuentran, describen lo que les pasa en términos de un sufrimiento cruel e insoportable:
"mi estómago es una olla hirviendo de gusanos, estoy por dentro llena de gusanos"
"estoy en un lugar que me llena de miedo porque no es ni la vida ni la muerte, estoy en la nada, en el vacío"
"mis pensamientos se escapan de mí como unos hilos blancos y gruesos; luego se enrollan en mi cuello para ahorcarme"
 "aquélla virgen que está en el cerro me mira con odio y va a matarme"

Estos errores del cerebro, estas visiones que no existen, este lenguaje incomprensible que no dice nada verídico, son manifestaciones extremas del cuerpo. En efecto, el cuerpo enferma, en efecto el cerebro padece descompensaciones severas de determinados neurotransmisores, realmente los órganos y sistemas funcionan mal. Pero una de las tantas preguntas clave que desde la orientación psicoanalítica se plantea un psicoterapeuta frente al paciente es: ¿a qué responde este sufrimiento evidentemente sensorial, corporal? Es decir, ¿cuál es su génesis, cómo ha surgido, cuál es su historia? ¿Cómo se descifra el código de este lenguaje incoherente-incongruente, qué función está cumpliendo, qué anuncia, qué intenta comunicar al paciente mismo y a quienes forman parte de su vida?
Como una fiebre que se detona del combate de un sistema inmunológico contra una infección, así el delirio y las perturbaciones sensoriales graves dan cuenta de la batalla que el aparato psíquico y el cuerpo libran ante algo potencialmente dañino y desestructurante. Desestructurante y fatal en el orden de nuestra comprensión del mundo. Insoportable de comprender, de aceptar, de nombrar. Difícil de explicárselo a los demás, y también difícil no recibir juicios sobre ciertas angustias, miedos, preocupaciones o enojos que nos perturban gravemente. 
El cuerpo es nuestro límite, nuestro tope con la realidad. Pensamos que no hay sufrimiento más innegable y real que el del cuerpo: acudimos de inmediato al doctor cuando es palpable un dolor en los límites de nuestro cuerpo. Además, separamos el sufrimiento psíquico del corporal, como si efectivamente estuviéramos divididos... pero no hay sufrimiento psíquico que no tenga una manifestación corporal a cualquier plazo: corto, mediano o largo. No hay padecer psicológico que no sea al mismo tiempo un malestar de la persona total.
No poder vivir, no estar en paz, no poder amar o ser amado, no poder relacionarse, no entender nuestra historia, no saber hacia dónde ir, no poder convivir con los otros, son sufrimientos genuinos que a la larga se asientan en nuestros cuerpos de formas que muchas veces no podemos explicar. Y se asientan también en nuestra manera de ser con nosotros y con los que nos rodean, en nuestro funcionamiento dentro de nuestros sistemas inmediatos: el hogar, el trabajo, los lugares de convivencia. No poder rastrear lo que nos hace sufrir nos puede llevar a buscar fórmulas limitadas, paliativas, nos lleva a asumirnos como desahuciados, de manera que llegamos a estar aparentemente conformes con nuestras limitaciones.
Si no es el caso que esté conforme con lo que vivo, hay una voluntad de cambio y no sólo de alivio al sufrimiento.
Cuando un consultante se acerca por primera vez a una psicoterapia efectivamente desea alivio, respuestas y alternativas. Pero cuando se asume como paciente y es llamado una y otra vez a trabajar en la fiebre de su inquietud o malestar, se irá encontrando con fuentes más profundas y con un mayor sentido sobre lo que le pasa. Del sentido y del descubrimiento se deriva la necesidad de cambio.
En mi experiencia, puedo decir que no se puede llamar trabajo psicoterapéutico si no se alcanzan puntos de cambio en la vida de la persona que se atiende con un profesional. Si sólo hay una repetición pero no una movilización, quizá haya alivio, pero no una curación efectiva. ¿Curación de qué? ¿Acaso una separación afectiva o la dificultad de convivir son enfermedades? Algunas veces son síntomas de una, otras no precisamente, pero en todo caso son motivo de malestar o sufrimiento, y así como uno se ve motivado a buscar alivio para el cuerpo cuando enferma, así se puede buscar alivio y curación para el sufrimiento psíquico.






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